Del disfrute como guía| Bitácora de sentires y vivencias.
Del disfrute como guía: habitando la mujer jaguar.
En los últimos días estuve pensando acerca de qué es
lo que más me gusta al conocer a alguien. Qué es lo que me hace seguir
conociendo gente, a pesar de saber que no siempre las cosas se dan de manera
fluida; que no siempre voy a gustar del otro y el otro de mí, que a veces
algunos encuentros pueden salir fallidos y que aun así, todo está bien y es válido
que así sea.
Me di cuenta que me gusta compartir intimidad. Armar
con el otro un espacio solo para nosotros dos, abrir un rincón en todo el
universo en donde encontrarnos y permitirnos pasarla bien.
La sexualidad es algo que forma parte de todos y
cada uno de nosotros. De hecho, somos producto de un acto sexual, el de
nuestros padres. Y es maravilloso llevar atención al potencial de creación de
vida que tenemos como seres humanos. Cuánta perfección en el acto en si, como
en la función reproductiva, y si vemos un poco más allá, en la manera de
disfrutar de esta experiencia humana.
Por muchos años no logré conectar de manera
saludable con mi cuerpo y mi sexualidad. Estaba negada a aceptar mi cuerpo, me
daba vergüenza mirarme desnuda frente al espejo y pensaba que era imposible
desnudarme delante de otra persona y sentirme sensual.
Tuve crianza católica. En catecismo escolar, una
profesora nos recordaba cuánto pecado había en tocarse, sea con alguien o solo.
También nos mencionaba que el sexo fuera de la institución del matrimonio estaba
prohibido y rechazado. Masturbarse era del diablo; Dios nos veía y se enojaba (ahora pienso Dios re viejo
perverso mirándome pajearme jajaja). Y hasta decían que tocarse mucho hacia mal
a la salud(¿?).
De manera inconsciente,
por muchos años tuve todas estas ideas aferradas en mi mente. Todo esto condicionaba
aún más mi forma de relacionarme con mi cuerpo y de relacionarme sexualmente
(conmigo misma y con otras cuerpas). Recuerdo de haber sentido desconcierto y
algo de miedo al ponerme un espejo frente
a mi vulva por primera vez, me horrorizó. La veía como un aliens que tenía
allá abajo, del cual dependía mi gran reputación social lo que ingresara por
ahí, y lo que saliera también.
Siendo adolescente no logré conectar mucho con la sexualidad. De niña tal vez estuve algo conectada. Reconocía, en mi inocencia y desconocimiento, que si me tocaba o rozaba ahí, sentía algo diferente. Como una especie de electricidad. “Cosquillitas” le decíamos con mi hermana. Pero sabía en el fondo, que nadie podía enterarse, verme o saber que yo sabía eso. Era conocimiento prohibido y debía mantenerse en secreto.
Mi primera experiencia sexual, compartida con otra
persona, fue mucho tiempo después de empezar a masturbarme. Sí, la sexualidad
con el otro me daba terror. Había tantos mensajes y memorias de dolor,
sangrado, horror en cuanto a la primera vez de las mujeres que conocía, que se
había vuelto indeseable esa experiencia.
Pero, como todo, con la práctica y el tiempo fui
adentrándome cada vez más, en conocerme, leer, buscar info, hablar con amigas
(de esas que son mente abierta). Empecé a destruir ideas y miedos que no me
pertenecían y a escuchar mi cuerpo, sus señales y mi naturaleza salvaje. Además
también empecé un trabajo de campo bastante amplio. Conocerme al principio fue
divertido. Lograr un orgasmo estando sola, con mis manos y recibir ese golpe de
energía y dulzura, de divinidad y de plenitud tan grande que sentía que podía morir
o desmayarme felizmente. Pero después de lograr maestrías en las pajas, mi lado
de mujer jaguar quería ir a cazar. Sentí las ganas, las acepte y las valide: quería
conectar, experimentar con otras personas. Quería saber si de la misma manera
que lograba disfrutar de mi cuerpo sola, también podía hacerlo acompañada.
En mis primeros encuentros con hombres, no todo fue
como esperaba. Recuerdo de haber estado en situaciones raras o pocos claras, y
cuando recordaba el por qué estaba ahí, tumbada debajo de ese extraño, me
respondía sola: “Vos queres esto, por eso creas estas situaciones”. Pero no
lograba disfrutar con el mismo potencial que cuando lo hacía sola. De hecho,
tampoco sentía que estaba realmente eligiendo la situación, el compañero, el
momento, los tiempos. Sentía que terminaba cediendo y que no podía lograr el
orgasmo por la presión de tener que agradarle totalmente al otro.
Con el paso de los años empecé a adueñarme de mi sexualidad; hoy me gusta vivirla,
aprender, experimentar sola y acompañada, lo disfruto sin culpa. También sé que
me gusta compartir mi intimidad con otro. Hoy siento que sí he tomado el poder,
pero de una pequeña parte del total de mi sexualidad y de mi placer. Yo soy
dueña de mi placer.
Hoy sé qué me gusta. Me gusta hablar con el
compañero que estoy conociendo, me gusta hacerle preguntas, mirarlo. Acariciarlo
luego de haber roto las primeras barreras del miedo; y cuando uno ya se da
cuenta que tiene habilitado a dar los primeros pasos, como roces, agarrarse de
la mano, miradas provocativas, palabras en doble sentido, risas, humor que se comparte
y que se vuelve lenguaje común. Cuando nos animamos a arrimar nuestras caras y
nos damos el primer beso.
Pienso que lo más sensual que existe son los besos.
Ahí uno sabe quién es el otro, como lo hace, cuáles son sus tiempos, si lo hace
lento, rápido y desaforado, si muerde, si juega con la lengua.
Me gustan los primeros cariños, los mimitos en el
pelo, en los brazos. Que el compañero se anime a poner su mano en mis piernas.
Me gusta que mientras nos estemos besando me agarre de la cintura y que después
siga subiendo y llegue hasta mis pechos y pueda conocerlos con sus manos.
Creo que hay muchísima intimidad en el silencio que
se produce alrededor, por más que suene algo de música de fondo. Se produce un
quiebre en el resto de mundo, por que literalmente que nada importa más que
estar ahí, saboreando mi compañero y dejar saborear por él.
Hay intimidad cuando bajamos la barrera de defensa,
y ambos nos dejamos explorar mutuamente.
Qué placentero cuando el compañero empieza a
agarrar con más fuerzas mis muslos, mis pechos, mi cuello. Lo presiona a diferentes
ritmos y todos están como en sincronía con la fuerza de los besos que nos
estamos regalando. Luego comenzar a sentir la dureza en mi compañero que no
oculta su virilidad y deja en conocimiento que ya comienza a ponerse a punto. No
niego de que me guste explorar, aun por encima de su pantalón, cuan es de
fuerte su falo y empezar a imaginarme lo que en breve voy a tener dentro mío.
Es tan divertido, casi un juego, casi inocentes, casi salvajes, tan humanos.
Que bese y succione mis pechos me hace desearlo
tenerlo adentro.
Y también verlo como se las ingenia para desnudarme
prenda por prenda, y con la rapidez que se desnuda y se tumba arriba mío.
No luce nada igual a las películas de pornografía.
No queremos buscar las poses más visuales, ni los gemidos más alocados, ni el
mayor tiempo de penetración posible. Buscamos querernos un momento, conectar más
allá del nivel físico y después de todo…después de todo viene el tesoro mayor.
Una vez concretado el acto, ahí se abren la última
puerta hacia el cielo. Nos abrazamos de mil maneras, de cucharita, o con mi
cabeza en su pecho. El compañero permite tener un acto de intimidad magnifico:
poder sentirle el latido del corazón, cansado después de tanta actividad y
resistencia, agotado y en descanso después de sentir el orgasmo.
Es acá donde yo me vuelvo más compañera y lo dejo
reposar tranquilo. Nos preguntamos cómo nos sentimos y luego nos seguimos
acariando hasta que el sueño nos venza. Pero nos sentimos reconfortados después
de una fuerte guerra y salvajismo, estamos en plena calma y sintiendo ternura.
No creo que el sexo sea lo más importante. No
buscamos conocer gente solo por sexo.
Nos interesa el ritual entero, cita, previa, garche
y la ternura de sostenernos y acompañarnos después del orgasmo. Nos gusta que
por ese momento somos los dos tan únicos y especiales que el universo entero
conspiro para que nos encontráramos entre millones de seres humanos que habitan
el planeta.
Y ahí estamos, teniendo el privilegio y honor de ver el cuerpo entregado del otro y de la valentía de entregar el nuestro. Y así el ritual se vuelve tan mágico, placentero y único. No se trata de físicos, cara, posición social. Se trata de química, de pegar onda y de sacar buenos momentos con el otro. El sexo se consigue fácil, pero la ternura es un tesoro. Por eso cuando la empezamos a frecuentar, la ternura se termina buscando siempre y ahí elegimos con quien sí y con quién no.
Somos seres que merecemos el disfrute, la
exploración de nuestros cuerpos como básico para el autoconocimiento; la
gestión y cuidado de nuestras prácticas sexuales, el derecho a elección,
derecho a ejercer la sexualidad y de vivirla plenamente.
No menciono el amor en ninguna parte. Solo lo
menciono acá. En una de esas, de entre tantos encuentros sentimos cosas y a
veces nos confundimos. Pero el amor es otro estado, y a la vez está en todo lo
que hacemos. Podemos igual disfrutar con alguien y brindarle el respeto y
cuidado que se merece, como nosotros mismos. Pero no significa que sea el amor
de tu vida, o también puede ser que sí. Quién sabe.
Como consejos, si quieren tomarlos:
-
usen apps de citas si están medias cansadas de
recibir solo fueguitos de algún jeropa de instagram, porque ese chabón jamás va
a tomar coraje de invitarlas a salir.
-
Encaren si alguien les llama la atención, el
encare es divertido si es respetuoso e ingenioso.
-
Ámense tanto que cuando vean que el tipo es un imbécil,
prefieran pajearse solas que volver a perder una noche en la cama de ese ser
del horror.
-
Hablen todo, ante de hacer algo, ¿qué si?, ¿qué
no?. A todos no nos excita lo mismo.
-
Infórmense.
-
Tóquense a si mismos. La cuerpa que tenemos en
un instrumento de placer.
-
Explíquenle al compañero qué les gusta y cómo
les gusta.
-
Si quieren exclusividad háblenlo con el compañero,
no supongan nada.
-
Si quieren algo diferente, una forma especial de
vincularse, háblenlo con el otro. Porque no todos deseamos y queremos lo mismo
a la hora de relacionarnos sexo-afectivamente.
-
No permitan nada que las incomode, les duela o
las haga sentir no cuidadas.
Para pasarla bien hay que estar cómodos. Si en
compañía de ese otro, no puedo sentirme cómoda, mucho menos voy sentirme excitada.
Con todo cariño, Elenita.
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